A cuatro años del fallecimiento de Diego Maradona

Es solo un juego. Sí, tan serio y enigmático como la vida misma. Ese niño, niña que somos. Eso que transmite un juego. El recurso para decir presente sin necesidad de la agresión o la ofensa. El talento como única arma. El encuentro con la maravilla. Inalcanzable.

La imagen es clara y contundente. Él sigue adelante. Un vacío inenarrable nos atrapa. Una sideración. Estamos fuera del tiempo. Es el acontecimiento. Eso que se sale de toda categoría, clasificación o estereotipo. Un milagro. No es más de lo que imaginábamos. Es lo inimaginable. Lo que se sale de cualquier parámetro o dimensión. Es la herida que te acaricia. El gesto superior que te visita. El dolor de la mano de la piedad, del abrazo, del calor. Eso que se incrusta en la memoria porque no entra en los ojos. No puede ser que se anime a tanto. No, no, pará. No podemos. No llegamos hasta ahí, querido. Esperanos, esto nos supera, es demasiado. ¿Qué vas a hacer?

Pero él sigue. La dimensión de la fantasía, de la fábula, de lo imposible emerge sin aviso previo. Estamos ante un momento inolvidable, crucial, una hazaña que toca el arte. Es el arte en un cuerpo. Es el cuerpo del arte. La épica en un cuerpo. Un cuerpo pueblo. Pueblo. Es Aquiles. Porque la filosofía de Sócrates, Platón y el resto no hubieran existido sin Aquiles. Sin la épica, para nombrarla de una vez. No hay pensamiento sin un cuerpo. Sin el atrevimiento. Sin el desafío. Sin el desenfado de este pibe que nos está matando para hacernos renacer. Para mostrarnos ese as en la manga que la existencia a veces nos dona.

Y luego la locura. El grito. La euforia. Las lágrimas. Los abrazos. No entra en el cuerpo. Lo que hiciste no nos entra en el cuerpo, Diego. Hay que moverse. De la cocina al comedor. De la puerta al patio. En las calles. En los balcones. Gritarlo. Es mucho, demasiado. Sos lo más. Una y mil veces. ¿Cómo hiciste, querido? ¿De dónde viniste? Barrilete cósmico, te dicen. ¿Qué extraña alquimia se forjó allí en tu niñez de pobreza? Se llama Villa. Se llama Fiorito. Tu niñez se llama Fiorito. Y no la dejaste nunca. Por eso, ahí, desde donde arrancaste cuando tomaste la pelota y en un pase de magia te sacaste tres tipos de encima, fuiste con toda esa historia en el cuerpo. Y con nuestra historia también, Diego. Cuando arrancaste en mitad de cancha te nos pusiste a todos al hombro. Y le metiste para adelante. Nos hiciste himno, canción, bandera. Diego, todavía no entendemos lo que hiciste. Hay que verlo. Una y mil veces. ¿Esto pasó? ¿Esto pasó en el partido con los ingleses? ¿Diego les hizo este gol a los ingleses? ¿Justo a ellos? Sí, sí, pasó la mitad de cancha. Dejó uno, dos, tres, ya van cinco, seis, otros lo miran, nadie sabe qué va a hacer. Pero él sigue. Inalcanzable. Maradona sigue. Ya está en el área. Se te tiran encima. El defensor, el arquero. Pero la pelota que estaba en la mitad de cancha ahora está en el fondo del arco inglés. Para siempre. La tienen adentro, como te gusta decir a vos. Para siempre. Perdón, perdón, pero este gol es un símbolo nacional. Una ofrenda “a los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, como dice la canción. Un gol que arrancó desde la mitad de la canchita en Fiorito hasta hoy Diego querido, 25 de noviembre de 2024, en que te seguimos recordando. Hasta hoy que, con tu ejemplo, le seguimos diciendo No al horror, al odio, a la destrucción. Diego querido, donde estés. Te quiero contar. Ya sé. Ninguna novedad para vos. Pero acá siempre hay que pelearla. Ya van más de cuarenta años de democracia. Y parece que las personas somos raras. Le terminamos creyendo a cualquier vende humo y nos olvidamos de lo bueno que tenemos. Por eso siempre. Por eso, hoy como nunca. Nos queremos acordar de vos, que jamás dejaste a Fiorito. Una y mil veces. Por más que algunos se coman el amague, no se puede atrapar ni ofender el corazón de Maradona. Tu gambeta es infinita. Se escurre entre las vanas ambiciones para luego dibujarnos una sonrisa y así marcharse en su infinito retorno. Con la mano de Dios, siempre envuelta en el puño.